HASTA LAS PARRAS
LLORAN
El haber nacido entre cepas, parrales y viñas, hija de padre viñatero,
que con sus manos labró la tierra desde que tuve conciencia, hasta el día en
que murió, me lleva, cada vez que leo el evangelio de San Juan cap.15 donde Jesús
se dice la vid verdadera, a un ambiente muy familiar, y es tan precisa la
metáfora que Jesús usa para explicar a sus discípulos la relación que debe
haber entre nosotros y Él para poder llevar frutos, que se me amontonan los
recuerdos de mi vida en San Martín, provincia de San Juan, pueblo de jornaleros
de los parrales y las bodegas que allí se encuentran.
Entre tantas nostalgias, recuerdo el día en que mi padre nos enseñó a mis hermanas y a mí a
podar una parra para que el próximo año se cargara de uvas y sobreabundaran los
racimos en los sarmientos o pámpanos. Lo primero que nos decía era que debíamos
separar los pámpanos que tenían el tronquito de los racimos que se habían
cortado en la vendimia pasada, los sarmientos frutales, le llamaba, esos no se
cortaban, porque eran portadores de evidencias que habían dado uvas, pero los
que no tenían rastros de haber dado fruto se podaban y se los tiraba, luego la
gente misma que trabajaba en los parrales los juntaban y los armaban en gavillas, y los
dejaban secar para usarlos para el fuego del horno a leña o para calentarse. Pero
los que habían dado racimos esos eran los más valiosos y se los despuntaba para
que la savia retrocediera hasta el tronco de la parra y los fortaleciera, así
podían cargar más uvas en la próxima temporada de cosecha, pero lo más
sorprendente era ver como por días las parras lloraban y goteaba de las herida
un agua dulce que era la delicia de los zorzales, los que se posaban en las
cepas, para beber de su llanto.
Que hermosa imagen usa el Señor para decirnos que sólo unidos a Él
podemos llevar FRUTO ABUNDANTE PARA GLORIA DE DIOS, no hay manera de
fortalecernos en la vid verdadera, en el tronco que es Cristo, si no somos
podados de nuestras hojarascas, a veces duele, cuando nos despuntan de toda esa
cosas que no son más que vicio, crecimiento de hermosas hojas, que absorben
todo nuestras potencia, pero que son infructíferas, duele, duele en el orgullo,
en la autosuficiencia, y al igual que las parras por días se nos caen las
lágrimas, pero cuando ha pasado el invierno, la temporada dura, y la savia que
retrocedió al tronco que es Cristo nos permite salir a la vida fortalecidos,
con muchos racimos, entonces nos damos cuenta que ha valido la pena que el
Padre, el Labrador, se haya tomado el trabajo de podarnos, y al igual que en el final de una temporada de vendimia, la
fiesta no se hace esperar y la gloria de Dios se manifiesta en nuestras vidas. NO HAY COSECHA
SIN PODA, NI PODA SIN DOLOR, HASTA LAS PARRAS LLORAN.
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es
el labrador. 2 Todo pámpano que en mí no lleva fruto,
lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo limpia, para que lleve más fruto. 3 Ya vosotros sois limpios por la palabra
que os he hablado. 4 Permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el pámpano no puede llevar fruto de sí mismo, si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos;
el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada
podéis hacer. 6 Si alguno no permanece en mí, será
echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. 7 Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pediréis todo lo que quisiereis, y os será hecho.
Lo más hermoso de permanecer en Jesús es su
promesa que todo lo que quisiéramos nos será hecho.
Acá el Señor no nos
dice lo que pidiéramos sino TODO lo que quisiéramos nos será hecho. Es palabra de Dios.
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