Hace unos días mientras leía un libro sobre la
importancia de ser padres, el Espíritu Santo trajo a mi memoria el invierno de
1995, fue uno de los más crudos que he vivido en esta ciudad de Ushuaia. La
nieve cayó por días sobre los techos, los árboles y las calles. Se perdieron
los colores y todo era blanco. En ese tiempo mi hija Daniela tenía dos años, y
para sacarla del encierro que nos obligaba el clima, nos abrigábamos y salíamos
a jugar con la nieve en el trineo, haciendo muñecos, o grandes bolas blancas
que empezaban como una pequeña pelota de nieve que las hacíamos rodar y la
empujábamos hasta que se hacía una enorme masa helada que superaba nuestras
fuerzas, entonces la dejábamos allí, estacionada y, continuábamos con otra
mientras nos reíamos y disfrutábamos del bautismo de pureza con que nuestro Señor
cubría la ciudad.
Este recuerdo lo tengo grabado no sólo en
la cámara filmadora, sino también en mi memoria como uno de los momentos más
lindos que compartí con mi hija cuando era pequeña, espero que en su cabecita
de dos añitos también haya quedado guardado.
Pero lo importante de este recuerdo fue la
voz de mi Padre Celestial que me dijo: ser padre es similar a lo que tú hacías con
Daniela cuando jugaban a hacer rodar bolas de nieve, empezaban
formando pequeñas bolas y las dos juntas las empujaban. Así es la paternidad una masa amorfa de amor, que con los giros de la vida se va enriqueciendo, agrandando, a los empujones,
hasta el punto que ya no pueden continuar más. La paternidad
se hace en conjunto con el hijo, hasta que llega el momento en que debes
dejarlo para que empiece una nueva etapa, una nueva bola de nieve con sus
propios hijos, y así seguirá por generación en generación. Pero tu esfuerzo, la inercia de tu empujón, seguirá influenciando en tu descendencia.
Después de estas palabras entendí, que
criar un hijo es formar una nación, es dejar un legado por la eternidad, porque
de ellos nacerán otros, y otros, hasta el fin de los tiempos y, todos llevarán
tu impronta para bien o para mal, según lo que hayamos sembrado en su corazón.
“Por
sus frutos los conoceréis”, dice la palabra de Dios. Si sembramos buena
semilla, ten por seguro que levantaremos buena cosecha, pero si sembramos mal,
o el enemigo mezcló la semilla de trigo con cizaña, como en la parábola, el único hortelano capaz de
arrancar las malas hierbas, las raíces de amargura, se llama Jesús de
Nazaret, y está siempre atento para arrancar, labrar, replantar y cultivar el buen grano.
Después de tres hijos y, de cuestionarme
si soy una buena madre, he aprendido a
confiar en Dios, porque si creo que los hijos me los dio Él, será porque soy la
persona que necesita para forjar el carácter que desea que ellos tengan, nunca
Dios hará algo condenado al fracaso.
Frank
Pittman dice: “LOS QUE TEMEN LLEGAR A
SER PADRES, NO ENTIENDEN QUE NO ES ALGO QUE SÓLO PUEDEN HACER LAS PERSONAS
PERFECTAS, SINO QUE ES ALGO QUE PERFECCIONA A LAS PERSONAS. EL PRODUCTO FINAL
DE CRIAR UN HIJO, NO ES EL HIJO, SINO SUS PADRES.”
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