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miércoles, 10 de abril de 2013

En Cristo estamos justificados


Aún recuerdo cuando iba a catequesis y los maestros que nos preparaban para la comunión, nos hacían una jerarquización de los pecados, y los dividían en veniales, mortales, etc. Cuando tuve un encuentro personal con Jesús busqué esas divisiones en la biblia, y nunca las encontré. A pesar de haber pasado mucho tiempo, hoy pude entender que esos principios, argumentos, todavía seguían prendidos como abrojos a las viejas vestiduras de la antigua mujer. Pero Dios es fiel, y da luz aún en los lugares más recónditos de nuestra alma, y trae revelación a través de su Espíritu para quitar la ignorancia de sus hijos, fue así como a través del evangelio de Juan cap. 8 del 3-11   Dios en su infinita misericordia quitó las vendas que tenía en mis ojos espirituales desde los 7 años. Él nunca llega tarde.
—Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio. En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas?
Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si él respondía mal, podrían acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo. Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:
—Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra.
Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo. Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer. 10 Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:
—Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado!
11 Ella le respondió:
—Así es, Señor. Nadie me ha condenado.
Jesús le dijo:
—Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.
Siempre pensé, que el adulterio, la fornicación, la lascivia, eran pecados que merecían mi más cruel repudio, sin embargo Dios me reveló a través de esta palabra que Jesús igualó el pecado de esta mujer adúltera a cualquiera de los pecados que tenían los que la acusaban, por eso les dijo:   —Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra
Cuántas veces hemos hecho lo mismo que los perseguidores de la mujer adúltera, es fácil ver la paja en el ojo ajeno… ¿y la ira?, ¿y la avaricia?, ¿y la pereza?, ¿y la envidia?, ¿y la codicia?, ¿y la idolatría al trabajo o al dinero?, ¿y la soberbia?... ¿no son pecados?
El pecado es errar al blanco, sea por un centímetro o por un metro.
Jesús equiparó al pecado de cualquiera de los que estaban allí, al adulterio, y como Él estaba en el medio entre la mujer y la multitud, fue el parámetro de santidad  que  aquellas personas encontraron para tener constricción de pecado.  Jesús fue en ese momento el parámetro de misericordia, de justicia, fue a través de Él que los acusadores se quedaron sin fundamentos, sin argumentos. Hoy a más de dos mil año de distancia de ese hecho, sigue siendo Jesús quien nos justifica ante el padre Celestial por nuestros pecados, el cordero inmolado por nuestras culpas.
 Gracias amado Jesús, sólo Tú puedes tratar con nuestros pecados, sólo Tú has vencido en la cruz del calvario, tomamos tu victoria sobre nuestras vidas y la de nuestros seres queridos.

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